viernes, 2 de marzo de 2018

Solenoide: una escritura diferente


Volver a Cartarescu era un ansia furiosa desde que leí las últimas páginas de Nostalgia, un libro que por primera vez en mucho tiempo llenaba mi vida de literatura, de maravillosa literatura, de mundos que se aprietan en capas subterráneas bajo este mundo para transformarlo, para cambiar sus raíces, para alimentar emociones encontradas, para ofrecernos motivos que nos mantengan cada día de resistencia.


Y aquí está este objeto mágico, Un tomo de casi 800 páginas encuadernado en tapas de cartón rojo con sobrecubierta dibujada en la línea habitual de Impedimenta, con un título sugerente, misterioso, cortante, lleno de impacto que resuena tras pronunciarlo con ecos de mundos olvidados, con una poética de instalaciones industriales oxidadas que reposan entre escombros borrosos y recuerdos de seres desaparecidos, con la promesa de excavar estratos de historias enterradas entre la memoria de vida real y las más desasosegantes fantasías de un creador de mundos, de un explorador de realidades invisibles.

Comenzar un libro como este despierta siempre sentimientos encontrados -al menos a mí me pasa: las espectativas no son comparables con las de los libros breves, que suelen ser muy concretas, limitadas, localizadas o focalizadas, de modo que al abrirlo asumes que te van a contar una historia que esperas que sea jugosa, que te mantenga en vilo unos pocos días, que impacte de moco brusco y, por decirlo así, resbale luego lentamente mientras te embarcas en la siguiente lectura.

Pero nada de eso se parece a afrontar un libro de tropecientas páginas, eso que hace 30 años llamábamos un "tomillo", eso que cuesta transportar hasta la cafetería y sostener cómodamente en la cama.

"Mi pánico ha procedido siempre del hecho de que no sabemos cómo es el mundo, de que no conocemos sino su rostro iluminado por los sentidos. Conocemos el mundo construido en nuestra mente gracias a los sentidos, como cuando construyes una maqueta de una casa bajo una campana de cristal. Pero el mundo enorme, el mundo tal y como es en realidad, indescriptible incluso a través de los millones de sentidos abiertos como anémonas marinas en el flujo incesante del océano, nos rodea por todas partes y tritura poco a poco nuestros huesos en ese abrazo".

Otra vez en la aventura prodigiosa de penetración más allá de lo aparente, de las calles desoladas y los cielos plomizos, con Mircea, abriendo la realidad con un cuchillo afilado, penetrando en las capas de piel y carne empapados en viscosos líquidos que ocultan formas desconocidas, palabras inquietas, un maelstrom de emociones...

Como de costumbre, Mircea te arrebata (de tu realidad), te destaza, te retuerce, te arranca girones de esa piel que te mantiene dentro de tu mundo... y después -casi con minuciosidad sádica- te esparce entre los patios abandonados y las estancias vacías, entre instantáneas de paisajes inidentificados, entre amaneceres y atardeceres plenos de melancolía...

No hay posibilidad de escape.

Estás atrapado -en un túnel sin salida, en una celda sin puerta, en una silla de la que no puedes levantarte- mientras su voz continúa ahí, narrando pesadillas.


Según avanzas, las complejas piezas semiorgánicas del puzzle de Mircea van encajando en una inquietante construcción que combina metales corroídos que respiran a realidades futuras y trozos de vida animal y humana: tejidos, órganos, miembros que pugnan por conformarse entre las pulsaciones de insectos, de larvas, de diminutos bichos que imponen otra presencia al tiempo angustiosa y fantástica: vamos poco a poco cobrando realidad en la cuarta dimensión.

Días después...

Tengo por delante 86 páginas de Mircea y eso tras un tour de force agotador en el que por supuesto he perdido yo, y su escritura tortuosa ha triunfado sobre mi capacidad para deglutir los confusos retorcidos inquietantes palpitantes frutos de su parto oleaginoso que resbala entre los canales purulentos que conectan su cráneo con el mío, sus larvas secas muertas crujientes pegadas a los huecos oscuros de su corazón y las mías, las que ahora laten palpitan enloquecen con la perspectiva de las palabras que restan.

Irresistible la escritura de Solenoide, del profesor gris-escritor frustrado atrapado en el campo energético del solenoide dentro de otro campo mayor y más poderoso que es el barrio perdido en Bucarest con un número incierto de solenoides enterrados en nudos estratégicos que construyen un artefacto onírico que conecta con la cuarta dimensión a través de la escritura:

"Las ambigüedad esencial de mi escritura. Su locura irreductible. He estado en un mundo que no puede ser descrito ni, sobre todo, comprendido -en la medida en que pueda ser abarcado de verdad- si no es a través de una escritura diferente".

Una escritura diferente...