sábado, 7 de enero de 2017

Los primeros años de K

23 de diciembre

Fin de Los primeros años.

Kafka tiene 28 años; ha vivido pues casi las tres cuartas partes de su vida, y aún no ha comenzado a escribir propiamente.

Ha recorrido, eso sí, un camino vital hacia adentro: el camino a la escuela arrastrado por su criada, el camino hacia múltiples relaciones sociales que no han conseguido atraparlo, los caminos de la amistad con Brod, en especial por Italia y Francia, pero sobre todo, el camino -que supone una elección radical: la de abandonar otros posibles senderos- hacia los fantasmas que bullen en su interior.

Por qué ese camino desemboca en la escritura?

Y no solo en la escritura -ahí está la de Brod novela tras novela- sino en una escritura radical, casi brutal, rompedora -pero no en el sentido estilístico o de modas artísticas- sino en el mismo sentido en el que el propio Kafka decía que un libro debía ser como un hacha, debía cortarte, destrozarte, en definitiva emocionarte, sacarte del mundo "real" para raptarte en el de la literatura.

lunes, 2 de enero de 2017

Me pierdo otra vez en la escritura K

 
 
 

De K a K

Los últimos libros antes de K comienzan también, de algún modo, por K.

Hacía tiempo que cogía polvo en mi biblioteca, hasta que algo me llevó a cogerlo, sacudirle el polvo y abrirlo. Y sí, debo reconocer que Kafka en la orilla es una estupenda novela, aceptando las claves del mundo narrativo de Murakami, claro, pero estupenda a pesar de todo: se avanza por ella como por un mar espeso, braceando suavemente, lentamente, pero disfrutando de cada nuevo paso, de cada giro de la historia, incluso de los mas anunciados y de los menos justificados, que los hay.

Bufalino en cambio, me decepcionó. Es uno de esos textos recargados, pretenciosos y prescindibles que solo se acaban gracias a su brevedad, un puntito de ingenio y cierto toque añejo que, en fin, te ayuda a cerrarlo con ganas de abrir otro.
 
Y ese otro fue La soledad de los números primos, una adquisición de última hora en el mercadillo de Ex que resultó más entretenido e incluso emotivo de lo que pensaba. Recomendable para los que degustaron Los amantes del círculo polar.

Después, mi viaje a Donosti me procuró dos lecturas de autobús nocturno a cual más gustosa: El quimérico inquilino, una historia de equívocos muy bien hilada y mejor condimentada, y una obra maestra del género negro: La rubia de ojos azules, una historia del mister Hide de Banville resucitando a Chandler, un retorcimiento que a pesar de lo truculento consigue su propósito con maestría y ahí estamos, de vuelta en los cincuenta disfrutando de un Marlowe en plena forma cínica, con trama para pasar páginas a toda velocidad.
 
El libro de Coetze lo compré en Donosti. Ya tenía ganas de algo más, después de que Antonio me regalara Esperando a los bárbaros. Esto es otra cosa, muy otra cosa, pero igualmente compacta, con ese aire de obra menor que uno escribe entre novelón y novelón, sin perder la compostura y sin permitir que tus lectores te abandonen: una reflexión profunda sobre la dignidad.

El folletín o folletón de Gombrowicz no era lo que necesitaba en aquel momento, pero a pesar de ello le metí mano con resultados desiguales: en algunos capítulos ganaba él y en otros me imponía yo; al final no reniego de la lectura pero tampoco lo recomiendo así, con fervor desmesurado.
 
Y lo mismo cabe decir de El contrabajo. Suskind es un autor como muy europeo, muy depurado, muy intimista y con ideas y cosas que decir. Pero aquí, le pudo la sobriedad; lo siento. Gusta, se lee con fruición, uno piensa, joder que bien escribe sobre música, sobre músicos, sobre instrumentos... pero no, no es El perfume ni mucho menos; se parece más a La Paloma, formalmente hablando, aunque no llega tan hondo, no cava tan hondo, no te arrastra tan hondo.


Lo desorden sin embargo es harina de otro costal. Es un peazo libro. Una tras otra, las historias te golpean con fuerza, especialmente la de Antonio Soler, La mano del mundo, que -sin que sirva de precedente- en este caso supera al maestro Vila-Matas metiéndonos por vericuetos emocionales totalmente empapados en creatividad, mundos ocultos, realidades nuevas y mirada retorcida.

Elegí El caso Kurilov para empezar a leer a Némirovsky y quizá elegí mal. Es una buena historia, casi rozando el estilo de un Zweig decadente pero con un punto más negro de amargura vital. Veremos.

Y el auténtico Zweig para terminar. No podía dejar de comprar, ni ya puestos, dejar de leer un librito más sobre libros. Mendel, otro ser llevado a la perdición por los libros, otra historia agridulce del maestro en cuatro hojas y media.

Y de aquí a la relectura de El Proceso y el retorno a los mundos de K, como se verá...