lunes, 6 de agosto de 2012

Kafka: el escritor como animal


Prodigioso.

No se me ocurre otro adjetivo para describir el tour de force que debió suponer para Citati escribir este libro.

Leer a K es una experiencia cuando menos perturbadora. Pero escribir sobre ello supone un reto que pocos han sido capaces de asumir sin dejarse arrastrar por tópicos, academicismos o poses más o menos afectadas.

Citati ha conseguido conectar con lo inasible, con ese empeño invisible que empujaba a K a desafiar las limitaciones humanas para extraer de su interior un caudal oscuro de seres portentosos.

La paradoja kafkiana es que alguien que casi no logró terminar sus obras -desde luego ninguna de sus novelas- ha permanecido como modelo de Escritor, así con mayúsculas. Quizá porque el verdadero Escritor es precisamente el que no se deja esclavizar por la insignificante contingencia de acabar una obra y se abandona completamente a la escritura... como un animal.

Y ahí queda el impresionante capítulo III del libro de Citati en el que se mete en las entrañas de K para explicar a los lectores lo inexplicable, el insondable misterio de quien decide hacer de la escritura el núcleo central de su vida: "Era una especie de alquimia: abolir la vida dentro de sí, y transformarla en esa sustancia pura, translúcida, ausente, vacía, que se llama literatura. De no haberlo hecho, de no haberse quemado y sacrificado al pie de un altar de papel, el dios de la literatura no le habría dejado vivir".




¡Imposible acercarse siquiera a mil kilómetros del lugar al que llegó K! Cavando y cavando, adentrándose en el abismo sin luz, respirando el aire enrarecido de los terrores sin nombre. "La noche por sí sola no le bastaba. Como su inspiración no venía de las alturas sino de los abismos, también él debía descender cada vez más abajo, hacia las profundidades de la tierra; y llegado allí abajo, encerrarse, como el prisionero que el fondo de su alma era".

Imposible leer a K sin que se nos revuelva el estómago. Imposible pasar por alto que un ser humano -eso era por mucho que nos cueste admitirlo- pudo agujerear los muros de eso que llamamos realidad para traernos esas páginas. ¿Cómo lo logró? El propio K lo explicó así en una carta a Felice Bauer:

"Con frecuencia he pensado que la mejor forma de vida para mí consistiría en encerrarme en lo más hondo de un vasto sótano con una lámpara y todo lo necesario para escribir. Me traerían la comida y me la dejarían siempre lejos de donde yo estuviera instalado, detrás de la puerta más exterior del sótano. Ir a buscarla, en bata, a través de todas las bóvedas, sería mi único paseo. Acto seguido regresaría a mi mesa, comería lenta y concienzudamente, y enseguida me pondría de nuevo a escribir. ¡Lo que sería capaz de escribir entonces! ¡De qué profundidades lo sacaría!"